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Ricard Agustín, consultor de empresas familiares y fundador de Family Business Solutions, reflexiona sobre cómo a veces el relevo generacional en este tipo de firmas es más complicado de lo que parece.
La inmensa mayoría de empresas familiares, por definición, tienen la aspiración de continuar en manos de la siguiente generación. A pesar de ello, esto no siempre es posible. Me encuentro relativamente a menudo con padres y madres preocupados, e incluso dolidos, porque sus hijos se han alejado del sector del comercio y la distribución.
Los progenitores confiaban en que la siguiente generación heredaría aptitudes como el impulso emprendedor, los dotes de liderazgo o la pasión por el mundo de los negocios, pero, en cambio, esto no ha sido así, sino que desean dedicar su vida profesional a otras profesiones, como la medicina, la abogacía, el periodismo, la ingeniería o el magisterio.
En otras ocasiones, la siguiente generación se ha alejado de la empresa familiar porque no desea dedicar su vida a un negocio tan sacrificado como el comercio, porque no quiere invertir en un negocio en un sector maduro y con mucha competencia o porque entre los hermanos o entre las ramas familiares hay tensiones y desencuentros familiares…
Ante esta tesitura, algunas familias recurren erróneamente al chantaje emocional. “Si no te haces cargo de la empresa familiar, el negocio desaparecerá…”. “Si te vas ahora, nos estarás dejando en la estacada…”. Y, lamentablemente, muchas veces el hijo o hija que no quería trabajar en el negocio familiar acaba cediendo a la presión para no decepcionar a la familia. Craso error.
Con base en mi experiencia profesional, cuando un hijo no quiere continuar con la empresa familiar y, por ello, nos encontremos sin sucesor, el camino más sano para la empresa y la familia es intentar ser comprensivos con aquel familiar que decide seguir su propio camino. Debemos respetar sus deseos, evitando caer en el chantaje emocional para forzarle a hacer algo que no quiere hacer. De hecho, presionarle u obligarle a dirigir a disgusto la empresa familiar, a la larga, puede ser perjudicial tanto para la familia -por rencores, frustración acumulada, y futuros reproches-, como para el negocio -por desmotivación y falta de formación, experiencia o talento para dirigir el negocio-.
Evidentemente, el hecho de que no haya continuidad dentro de la familia requiere pasar por un proceso de duelo en la familia, se opte por la vía que se opte. Que alguno de nuestros hijos no quiera trabajar o hacerse cargo de la empresa familiar o, peor, que la empresa no vaya a tener continuidad como familiar, es algo muy difícil de asumir para algunas familias, que a menudo lo viven como un abandono e, incluso, como una traición. En estos casos, la familia tendrá que explorar algunas alternativas para traspasar la empresa o tomar la dura decisión de cerrar el negocio.
Para gestionar mejor situaciones sensibles como esta, os recomiendo mantener una comunicación transparente, empática y franca en el seno de la familia. Como padres, no podemos formarnos unas expectativas irreales y pretender que nuestros hijos sean aquello que nosotros queremos que sean. Y, como hijos, os animo a reunir el valor suficiente para manifestar vuestros deseos y marcar vuestro propio camino, ya sea en la empresa familiar o fuera de ella.
Por último, quiero añadir que, en realidad, el hecho de no querer tomar las riendas del negocio no es incompatible con que la siguiente generación se sienta muy orgullosa de la empresa familiar y que incluso tenga una atadura emocional con ella. Algunas veces es posible compaginar un trabajo vocacional fuera de la empresa familiar con el actuar como propietario del negocio familiar, eso sí, siempre que pongamos normas en un Protocolo familiar que nos aseguren la eficacia empresarial y la armonía familiar.