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Oikocredit es una cooperativa internacional de inversión ética nacida en 1975, impulsada en un inicio por comunidades religiosas que buscaban alternativas a los bancos tradicionales que financiaban guerras o regímenes como el apartheid en Sudáfrica. En Retail Actual hablamos con Joseba Larriba, Coordinador Oikocredit Euskadi para conocer más sobre esta entidad.
Oikocredit es una red global de unas 46.000 personas de todo tipo de perfil principalmente en Europa, que invierten su dinero para generar cambios en positivo en África, Asia y América Latina, apoyando a quienes tienen menos recursos a través de financiación en finanzas inclusivas, agricultura sostenible y energías renovables.
RETAIL ACTUAL. Oikocredit cumple 50 años. ¿Qué balance hacen de este medio siglo de andadura?
El balance es positivo. En estos 50 años hemos apoyado a miles de organizaciones y millones de personas en el Sur Global, especialmente mujeres y comunidades rurales. Además, con nuestro trabajo, hemos demostrado que otras finanzas son posibles, unas finanzas que ponen a la persona en el centro y no el ofrecer el máximo rendimiento económico.
También nos hemos ido adaptando a los desafíos globales, durante las diferentes décadas y sobre todo a las necesidades de financiación de las personas a las que llegamos para posibilitar mejoras en sus vidas y tener un futuro mejor.
RA. ¿Consideran que la RSC es cada vez más importante a nivel de las relaciones entre las propias empresas (fabricantes y distribuidores de alimentación)?
En Oikocredit comenzamos en 1978 a financiar iniciativas de comercio justo, como el trabajo con FEPP en Ecuador, en un momento en que apenas existían tiendas en Europa para vender estos productos.
Desde entonces hemos colaborado con muchas organizaciones del sector y hemos sido testigos de una evolución notable: hoy incluso grandes empresas convencionales —algunas muy cuestionadas en los años 90— han incorporado productos de comercio justo. Probablemente no lo hayan hecho por convicción, sino por la presión de una demanda social cada vez más informada y exigente.
Esto está directamente relacionado con la transformación de la Responsabilidad Social Corporativa (RSC), que ha pasado de ser un simple complemento a convertirse en un eje central de las relaciones empresariales, también en el sector alimentario. Hoy en día, las empresas no pueden limitarse a generar beneficios económicos: se les exige actuar con responsabilidad social, ambiental y ética a lo largo de toda la cadena de suministro, prestando atención al origen de los productos, a las condiciones laborales y al impacto ecológico.
RA. ¿Y para el consumidor?
Cada vez más personas exigen transparencia, sostenibilidad y justicia en lo que compran. Ya no se trata solo de calidad o precio, sino de valores. Muchas consumidoras y consumidores quieren saber si el café o el chocolate que consumen respetan los derechos humanos y el medio ambiente.
En España, aunque el crecimiento es más lento que en otros países europeos, la conciencia avanza y gana espacio en nuestra alimentación. Esto obliga a las empresas a adaptarse a una demanda más ética. Como nos recuerdan muchos movimientos sociales, pocas decisiones son tan políticas como elegir qué compramos y qué no. El poder del consumidor es clave para construir un mundo más justo.
RA. ¿Cómo ven el futuro de este tipo de comercio más equitativo y global?
Con esperanza, pero también con mucho trabajo por delante. Hay señales positivas: el comercio justo, las finanzas éticas y las alianzas Norte-Sur ganan peso. Pero los retos, como el cambio climático, que reduce las producciones y por tanto aumenta los precios de materias como el café y cacao, las desigualdades estructurales o la concentración de poder en grandes corporaciones, siguen ahí.
RA. ¿Qué pedirán a distribuidoras y empresas de alimentación para poder mejorar esta relación con productores de otras partes del mundo?
Primero, compromiso a largo plazo con quienes producen, pagando precios justos que permitan condiciones de vida dignas. También transparencia y corresponsabilidad: no se puede exigir calidad y sostenibilidad sin asumir costes y riesgos. Y por último, abrir espacios de diálogo real con las organizaciones productoras del Sur Global, escucharlas, aprender de ellas y construir alianzas donde todas las partes ganen, no solo las que están al final de la cadena.